Ayer, en una histórica ceremonia, el Gobierno restituyó el predio del Balneario Popular Rocas de Santo Domingo a la Fundación Por la Memoria San Antonio, que lo administrará para convertirlo en una escuela de derechos humanos, superando así la estela de horror que dejó la dictadura al transformar el espacio en un laboratorio para técnicas de tortura y formación de represores de la DINA. Aquí se construirá memoria para el futuro. Esta es la crónica de una ceremonia histórica.
Texto y fotos: Cristian González Farfán
Ana Becerra, presidenta de la Fundación Por La Memoria San Antonio, ve ingresar a un hombre de tez morena que camina sonriente a su encuentro. Le pide a un camarógrafo que esté atento, que grabe el momento. «Lo logramos», se le escucha decir a Ana, entre sollozos, mientras ambos se funden en un largo y sentido abrazo. «Con él anduvimos por todos lados: Tejas Verdes, acá en Rocas de Santo Domingo, Villa Grimaldi, Tres y Cuatro Álamos», cuenta Becerra ante un grupo pequeño de personas. Son los minutos previos a una ceremonia que se constituirá como histórica.
La escena discurre a pocos metros de la playa Marbella, en la entrada norte de Rocas de Santo Domingo, donde funcionara uno de los 16 Balnearios Populares ideados por Salvador Allende para garantizar el «derecho al descanso» de las y los trabajadores: el Balneario Popular Rocas de Santo Domingo o Villa de Turismo Social Carlos Cortés Díaz, en honor al ministro de Vivienda fallecido en septiembre de 1971. Con el golpe cívico-militar, sin embargo, el mismo predio que la clase obrera usaba para disfrutar de vacaciones dignas junto al mar fue usurpado por las Fuerzas Armadas y convertido no solo en un campo de detención, sino en una escuela de entrenamiento a los agentes de la DINA para ensayar las técnicas de tortura que luego se harían extensivas a todo Chile.
A 50 años de la apropiación de este espacio, el Balneario Popular Rocas de Santo Domingo recobra su dignidad. En este mismo sitio que fuera la contracara entre la vida y la muerte, el Gobierno anuncia la restitución de estos terrenos -que aún estaban en manos del Ejército de Chile- a la Fundación Por La Memoria San Antonio para su administración y futura conversión en un sitio de memoria. Por eso Ana Becerra, ex militante del MIR detenida y torturada aquí, sonríe esta mañana tibia y gris. Fueron 10 años de lucha inquebrantable por recuperar este sitio. La espera llega a su fin.
“¿Dónde está la Anita?”, grita alguien cuando Miguel Lawner, Premio Nacional de Arquitectura 2019 y director ejecutivo de la Corporación de Mejoramiento Urbano (CORMU) durante la Unidad Popular, llega a la ceremonia. Pregunta por ella, pero Ana -siempre con un cigarrillo encendido en su mano derecha- recibe los afectos de medio mundo. Hasta que, en algún momento, sus miradas coinciden y se dan un abrazo eterno. Ana, más pequeña que él, se arrulla en el pecho de Miguel. Y la gente que presencia la escena no logra disimular su emoción. La organización les asigna asientos juntos durante la ceremonia. Se toman tiernamente de las manos. Ambos -se podría asegurar- son los grandes artífices de esta restitución histórica.
El presidente Allende encomendó a Miguel Lawner la tarea de coordinar las acciones para levantar cada uno de los Balnearios Populares, como parte de la medida 29 del programa del gobierno popular. Entre 1971 y 1972 se construyeron y entregaron los 16 recintos que se repartieron entre Cachaya (Tarapacá) hasta Duao (Maule). El propio Lawner, casi cuarenta años más tarde, en diciembre de 2013, encabezó el levantamiento de antecedentes para efectos de declarar Monumento Histórico al Balneario Popular Rocas de Santo Domingo, convertido por la dictadura en una escuela de crímenes de lesa humanidad.
El hecho que gatilló el expediente que solicitaba la protección del sitio fue la destrucción, en noviembre de 2013, de las cabañas del recinto, acción instruida por el entonces alcalde de esa comuna, Fernando Larraín Rodríguez. La publicación del libro El despertar de los cuervos, del periodista Javier Rebolledo, habría levantado alerta en el Ejército y en la administración municipal, ya que revelaba que el Balneario Popular Rocas de Santo Domingo había sido parte del engranaje represivo coordinado desde el cercano y temible regimiento de Tejas Verdes. De manera que eliminaron casi todo vestigio de las brutalidades que se habían cometido en las cabañas, pero no consiguieron evitar que el predio fuese declarado Monumento Histórico en 2015.
De hecho, en el sitio apenas sobreviven unos pilotes de las antiguas cabañas, y un par de maderos desvencijados. No es difícil distinguirlos, casi al llegar a la playa, donde las y los integrantes de la Fundación Para La Memoria clavan carteles de colores con siluetas de detenidos desaparecidos y la leyenda «¿Dónde están?». A un costado del escenario, en tanto, instalan una hilera de pendones con la historia del inmueble, que luego se desmayan por acción del viento oceánico. De fondo, y mirando hacia arriba a la izquierda, se divisan las fastuosas casas, típicas de Rocas de Santo Domingo.
En la ceremonia, además de dirigentes, dirigentas, estudiantes y ex prisioneros políticos/as, hay varias autoridades de Gobierno: la ministra de Bienes Nacionales, Javiera Toro; el ministro de Cultura, Jaime de Aguirre; y la ministra de Defensa, Maya Fernández Allende, entre otras. Una mesa de negociación entre todos los actores -incluido el Ejército- permitió alcanzar el acuerdo.
Derecho al descanso
Jorge Silva es el nombre de la persona que, al principio del acto, saludó calurosamente a Ana Becerra, con quien compartió prisión política en el espacio que ahora recorre en relativa paz. En ese lugar, revela Silva, «nos tuvieron con las manos amarradas y con la vista vendada por 34 días con la Ana». A él, ex militante del MIR, lo detuvo un ex camarada que lideraba los cuadros políticos en San Antonio y que no obstante pasaría a integrar el bando de los represores de la DINA: Emilio Iribarren, cuya chapa era «Joel». «Él fue el primero que me dio una paliza aquí», recuerda Silva.
Oriundo de Llolleo, Silva prefiere perderse entre la gente mientras cada uno de las y los invitados a subir al escenario brindan su discurso. La primera es Ana Becerra, quien, visiblemente emocionada, agradece a Miguel Lawner y a Javier Rebolledo por la conquista de este hito. «No fue fácil lidiar conmigo», dice entre risas, antes de anunciar su deseo más anhelado para la nueva fase de este proyecto: convertir este espacio en una escuela de derechos humanos, para formar a niños y niñas en la importancia de resguardarlos, de ser guardianes de la memoria. «Esto ya no es muerte, volverá a nacer con las carcajadas de los jóvenes», remata su discurso Ana Becerra, lejos la más aplaudida de la jornada.
A continuación, Miguel Lawner -con 95 años a cuestas- se saca su boina azul marino para contar, con esa voz radiofónicamente pastosa, sobre su experiencia como coordinador de los proyectos de Balnearios Populares, y cómo Salvador Allende le hizo un particular encargo que ilustra la cualidad visionaria del mandatario respecto de los derechos de las mujeres.
«En un principio las cocinas iban a estar en las mismas cabañas. Pero el presidente Allende me instruyó a que las mujeres iban a descansar, no a cocinarles a sus maridos. Así que se construyó una cocina colectiva y un comedor popular, donde todos compartían», cuenta en su alocución Miguel Lawner. Parte de la loza del comedor popular también se salvó de la demolición.
Y, acto seguido, Lawner -preso político en Isla Dawson y en el ex Balneario Popular de Ritoque, entre otros reductos- recurre a una anécdota para explicar la relevancia de los balnearios para la gente que no conocía el mar, ni las rompientes de las olas ni el yodado olor que despide el Pacífico.
“Yo tuve el privilegio de pasar una noche aquí. Los compañeros habían tomado el hábito, al atardecer, entre las 8 y 9 de la noche, de hacer una inmensa fogata en la playa. Y era impresionante escuchar el testimonio de cada uno de ellos. Lo que más se repetía era que casi todos, sin excepción, viviendo a 100 kilómetros de distancia, no habían tenido jamás la posibilidad de conocer nuestra maravilla de mar”, recuerda Lawner, parado en la tarima, para luego agradecer a Ana Becerra porque “ella nos enderezó cuando nosotros vacilábamos”.
.Esa primera memoria, la de su etapa como balneario popular, retiene el actor Samuel Villarroel, presente en la ceremonia. Por entonces Villarroel era un joven estudiante de teatro que fue invitado a participar en una película, llamada Un verano feliz (1972), rodada en el Balneario Popular Rocas de Santo Domingo y cuyo objetivo era retratar la vida de esparcimiento, relajo y dignificación del descanso que procuraba este proyecto social de Salvador Allende.
“No había venido acá desde que grabé la película”, suspira Villarroel, mientras extiende la mirada hacia la playa de Marbella, intentando recordar cómo eran las cabañas en que personificó a un obrero de la fábrica textil Progreso que visitaba el lugar con su familia. Un verano feliz es la única película producida por el otrora Departamento de Cine y Televisión de la CUT que sobrevivió al saqueo militar, gracias a la providencial acción de su director Alejandro Segovia, que mantuvo las cintas escondidas durante décadas en su casa del cerro Playa Ancha, en Valparaíso. En junio de 2019, la familia de Segovia, quien a esa altura ya había fallecido, le facilitó las cintas al periodista Felipe Montalva, quien restauró el filme y lo puso a disposición del público. La cinta hoy se puede ver en www.unveranofeliz.cl y es un testimonio palpable sobre cómo era la vida en los balnearios populares. Basado en esa experiencia, Montalva publicó en 2022 el libro Escenas perdidas, sobre la historia del referido departamento de la CUT.
“Son sentimientos encontrados. Porque este era un espacio importante, donde había gente que podía veranear por primera vez en el mar. Las familias venían con sus hijos, y las niñas y niños eran los más felices. Había una cocina común y se socializaba. Se cumplía el sentido del descanso alegre y de compartir con otros”, narra el recordado actor del programa infantil Patio Plum, en la década del ochenta. En Un verano feliz Villarroel se insertó como uno más en la convivencia de las personas que veraneaban en el predio. “Yo puedo hablar de ese momento; la otra vivencia, la del horror, no la tengo”, agrega el actor.
Una escuela de derechos humanos
Aun al borde de cumplir 100 años, el arquitecto Miguel Lawner reboza fulgor, vida y optimismo. Y, de hecho, ya se ve él mismo planificando la futura escuela de derechos humanos descrita por Ana Becerra. “Me la imagino abierta, transparente, gozando esta maravillosa naturaleza. El edificio en su conjunto tiene que ser capaz de integrarse a la naturaleza, y no abusar de su presencia. Vamos a cuidar y recuperar todos los restos que quedan del balneario original: hay varios poyos de madera, restos de pavimentos del comedor y la cocina. Y vamos a hacer un itinerario donde se explique la historia del lugar. Vamos a construir pensando en el futuro, no tanto en el ayer. Porque olvidar el pasado es olvidar el futuro”, dice Lawner a Agencia Trova, tras el término de la ceremonia que acredita el traspaso de las tierras a la Fundación Por la Memoria.
“Miguel ya está empezando a dibujar la escuela”, ríe Ana Becerra, cuando es consultada sobre cómo imagina la escuela de derechos humanos trazada en su discurso. “Lo primero que hay que hacer es contener el mar, limpiar el sitio y encontrar todos los vestigios. La imagino con muchos niños recorriendo, que se vuelva a llenar el espacio de vida, con los trinos de los pájaros, porque hay que recobrar la vida. Este lugar primero fue vida y luego muerte, pero hay que recuperar la vida. No podemos quedarnos en el llanto”, añade la histórica luchadora social de San Antonio, quien era una joven colegiala cuando fue detenida en Rocas de Santo Domingo.
Jorge Silva, compañero de prisiones de Ana Becerra, celebra el nuevo destino que adquirirá el sitio donde fuera objeto de interrogatorios, torturas e intimidación. “Yo pensé que íbamos a ser un memorial tipo Villa Grimaldi, con baldosas con los nombres de los compañeros que cayeron aquí. Pero nunca pensé en una escuela de derechos humanos, quedé para atrás”, comenta Silva, quien espera estar vivo para ver inaugurado el nuevo proyecto. “Ahí nos vamos a morir felices”, asegura.
Lo mismo espera Ana Becerra, quien no solo pretende iniciar las obras, sino verlas terminadas, pues tiene claridad de que “estamos en una edad en que podemos partir en cualquier momento”. Lo dice también por la avanzada edad de Miguel Lawner. Becerra respira cuando se le consulta por el sentido abrazo al inicio de la ceremonia con su compañero de reclusión Jorge Silva, a quien describe como uno de sus grandes amores. Ambos sobrevivieron al horror del ex centro de detención y tortura de Rocas de Santo Domingo y no se explican cómo ni por qué. Ana Becerra se toma una pausa y murmura:
-Yo creo que sobrevivimos para contar la historia.
Gracias por este magnífico y emotivo artículo, Cristian González Farfán ! Que la memoria nos salve de repetir horrores! Un abrazo!🌷
Muchas gracias Isabel!