El brasileño -profesor de la U. de Sao Paulo y músico- dictó una charla en Chile sobre las implicaciones culturales del balompié mundial y de su país en el contexto actual.
El brasileño José Miguel Wisnik (66) no sólo cautiva a la audiencia de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Chile con su brillante poder de oratoria, plasmada en su charla sobre fútbol y cultura. Lo hace también cuando entona, en medio de su exposición y con un timbre similar a Caetano Veloso, un extracto de Touradas em Madri, una marcha carnavalera que el público del Maracaná comenzó a cantar improvisadamente en la goleada ante España en el Mundial de 1950, como parte de la “euforia imaginaria” que inundaba al país antes del desenlace fatídico ante Uruguay.
Músico, ensayista y profesor de literatura de la Universidad de Sao Paulo, Wisnik se mueve por diferentes áreas del quehacer humano, a tal punto que en su reciente visita a Chile, junto con exponer sobre el desarrollo del fútbol brasileño hasta el último Mundial -fruto de las conclusiones de su libro Veneno remedio. O futebol e o Brasil-, ofreció un concierto de piano en la Universidad Alberto Hurtado.
“El título Veneno remedio remite a una palabra griega, ‘fármacon’, una sustancia ambivalente que puede curar y matar. El fútbol puede ser visto así, porque nace de la violencia latente de los grupos humanos, que se expresa en lucha destructiva al mismo tiempo que transforma esa potencialidad violenta en
juego”, explica Wisnik a La Hora.
– ¿Cómo se expresa esa idea en el fútbol brasileño?
– La historia del fútbol de Brasil, expresada en una cultura mestiza que reinventó la forma de jugar de los ingleses, oscila entre dos puntos de amor y odio, de realización y fracaso, como los cinco títulos planetarios y las derrotas fragorosas en los Mundiales de 1950 y 2014.
– ¿Es imposible que Brasil retome las raíces del “jogo bonito”?
– El fútbol de poesía acuñado por Pier Paolo Pasolini, que contempla la búsqueda de una expresión de belleza, está en tensión con la necesidad de ocupación de espacios y de preparación atlética que existe hoy en el fútbol contemporáneo. Pero el fútbol de poesía no ha desaparecido completamente. Messi es un jugador que aporta esa capacidad de dribbling, sorpresa e invención. El surgimiento de Neymar es una prueba de que esa tradición todavía existe, pero es una relación tensa con las demandas del fútbol planificado y resultadista.
– O sea, no estamos asistiendo al fin del fútbol romántico…
– Eso es más bien una duda, una pregunta. Cuando escribí el libro, me pregunté si había un fenómeno en franca desaparición. El fútbol está siendo sometido a factores de reducción a través de los padrones actuales de consumo, como transformar los estadios en estudios,por la televisación. Pero al mismo tiempo hay algo irreductible: ese margen de azar que lo hace sorprendente. El último Mundial tuvo una narrativa fascinante que demuestra su vivacidad en un cuadro de extrema mercantilización.
– ¿El hincha ha perdido identificación con la selección?
– El equipo brasileño se alejó del público, parece un fenómeno artificial, distante, perdió esa vinculación popular. Los jugadores parten muy chicos al fútbol europeo, cuando no a los países árabes. Hay una diáspora muy precoz. Asistimos a una desarticulación de la cultura futbolística de Brasil. En el Mundial 2014, los hinchas brasileños no sabían apoyar al equipo, pues eran consumidores ocasionales de fútbol con poder adquisitivo: chilenos, argentinos y uruguayos dominaban los espacios en los partidos.
– ¿Generará el 1-7 ante Alemania un trauma similar al del Maracanazo del 50?
– No es lo mismo. El 50 tuvo una dimensión trágica que envolvió a toda la gente. Lo que sí, tras el 1-7 ante Alemania, la goleada del milenio, hay una incapacidad de percibir las razones sobre la pérdida del foco en el fútbol de Brasil. La única providencia fue hacer volver al comando técnico a Dunga, una figura regresiva. Me preocupa esa falta de capacidad de pensar una tradición futbolística que se ve perdida.
Publicada el 26 de enero de 2015 en el Diario La Hora.
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