Solo por un tema de tiempo no me dediqué a leer concienzudamente la historia de la «Guerra de Chile Chico». ¿Alguien la escuchó nombrar alguna vez? ¿Se la enseñaron en el colegio? Yo conocía hace bastante esta historia, pero no con lujo de detalles. Cuando hace casi un mes inicié un viaje por la zona, siempre estuve pensando que pisaba tierra salpicada por un conflicto que, al parecer, recién en los últimos años ha cobrado relevancia en Chile Chico. Ayer me puse al día y leí un trabajo subido a Memoria Chilena sobre los también llamados «Sucesos del Lago Buenos Aires». Al final, deduje que era mejor leer sobre el tema ahora que ya conozco el sector, ya que me ayuda a imaginar con claridad donde ocurrieron los hechos. El caso es que la «Guerra de Chile Chico» de 1918 fue uno de los tantos capítulos de la historia de Chile, en que carabineros (del Cuerpo de Carabineros; no de la institución Carabineros de Chile fundada por Ibáñez del Campo en 1927) se ocupó de resguardar los intereses de grandes capitales en desmedro de poblaciones civiles. En síntesis, un grupo de chilenos que habían deambulado por Argentina se instaló con sus familias en la ribera sur del lago conocido por entonces como Lago Buenos Aires (después a la parte chilena del lago se le bautizaría como Lago General Carrera). Enviaron un delegado a Santiago, y luego a Punta Arenas, lo que comprendía una odisea de meses de viaje en aquella época, vía ferrocarril y vía marítima, que consiguió obtener permiso del Estado chileno en 1914 para permanecer en esas tierras. Sin embargo, en 1916, ese mismo Estado chileno, desconociendo el acuerdo anterior, abrió un remate de esas tierras, con el que favoreció a un gran empresario sueco de apellido Von Flack, quien era secundado por otros terratenientes ganaderos del prontuario de Mauricio Braun y José Menéndez. Von Flack utilizó sus contactos al interior del gobierno para ser beneficiado por el remate de esas tierras. Esto se hizo entre gallos y medianoche, hasta que los colonos que se habían instalado legalmente en la zona lo supieron. Se organizaron, llevaron a niños y mujeres a las cercanías de Los Antiguos, en Argentina, y se prepararon para defender sus dominios, ante la amenaza de un desalojo brutal. Ahí intervino ante el Congreso muchas veces a favor de los pobladores un diputado llamado Nolasco Cárdenas, a quien los colonos -a través de mensajeros que viajaban a Comodoro Rivadavia- le enviaban telegramas contándole el curso de los hechos. Por supuesto, Von Flack se encargó de diseminar una imagen bárbara de los colonos, los que entorpecían su interés por obtener esos predios para lograr expandir su negocio y tener salida comercial por Argentina en vez del Pacífico. El asunto es que Von Flack junto al Cuerpo de Carabineros actuaron mancomunadamente, quemando casas de los pobladores, maltratando a mujeres y niños. Pero cuando llegó la hora del enfrentamiento, los pioneros salieron victoriosos. A la hora de responder las agresiones, mataron a algunos carabineros y metieron presos a otros. Cuento corto: el gobierno anuló el remate y los pobladores permanecieron en los predios al sur del Lago General Carrera, como les correspondía legalmente. Los colonos devolvieron los carabineros prisioneros, y al final se alcanzó un acuerdo que favoreció a los trabajadores. Dudo que ese espíritu de rebeldía ante la autoridad esté hoy en Chile Chico, y no hay muchas referencias en el pueblo ante este suceso, salvo un mural con una placa que se inauguró en 2018 para conmemorar los 100 años. Como sea, es muy ilustrativo que en más de 100 años los pacos -aunque, insisto, fueron fundados en 1927- sigan persiguiendo a los trabajadores, y presten servicio a los grandes poderes económicos: en el pasado, a fastuosos empresarios ganaderos; hoy a las forestales, a las mineras, a la elite financiera. Cuando visité Chile Chico, el mes pasado, no tenía tan presente estas cosas y me dediqué solo a caminarlo de punta a cabo, a disfrutar de su clima benigno, de la hospitalidad de su gente, el Mirador de las Banderas, el azul profundo de las aguas del Chelenko, el cerro color esmeralda camino a Bahía Jara, los sauces despeinados por el viento, el silencio, la gatita que durmió en mi carpa, el tour al Valle Lunar, el bar Rebelión, el barco Andes instalado en pleno centro del pueblo (éste merece una historia aparte). Y lo último: cuando ya había cruzado para el pueblo argentino de Los Antiguos, el chico que me había llevado en el tour al Valle Lunar me preguntó por Whatsapp: qué tal cristian, ya volviste a chch?» Así, «chch», él abreviaba Chile Chico por Whatsapp. Me dio mucha risa. Nadie sabe qué pasa bajo las sombras, pero si Chile Chico fuese un Chile en miniatura, claro que sería mejor que el esperpento de hoy.
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