Sergio Vesely: memorias de un cantor cautivo (primera parte)

Este músico chileno -casi desconocido en su tierra natal- aprendió a hacer canciones durante su prisión política en Puchuncaví y Valparaíso, donde vivió una sucesión de experiencias al límite que convirtió en arte con guitarra en mano. En la primera parte de esta entrevista cuenta cómo el encierro forzoso marcó su camino de creación que lo tiene activo a sus 70 años en Alemania, país al que se fue exiliado en 1976 y del que nunca se fue.

Aunque la música corría por sus venas, el chileno Sergio Vesely no había escrito canciones hasta antes de 1975. Sin embargo, a partir de ese año, cuando caería preso por la dictadura civil-militar, iniciaría un camino de creación artística que lo acompaña hasta hoy en Alemania, país que le brindó asilo político en 1976 tras ser expulsado de Chile. Vesely no se movió de ahí: lleva 46 años consecutivos -más de la mitad de sus 70 años de vida- viviendo al otro lado del hemisferio y es casi un desconocido en su Chile natal. Actualmente reside en Denkendorf, en el estado de Baden-Württemberg, al sur de Alemania.

Por entonces militante del MIR, Vesely fue detenido por la DINA en Viña del Mar en enero de 1975, y luego enviado sucesivamente al Regimiento Maipo de Valparaíso, Villa Grimaldi y Tres y Cuatro Álamos en Santiago, donde recién pudo recibir visitas. En su estadía en el campo de prisioneros Melinka Puchuncaví -construido sobre uno de los 16 balnearios populares instituidos por el Presidente Allende como parte de su política de descanso digno de las y los trabajadores-, Vesely comenzaría a moldear su universo creativo. Luego, en la Cárcel de Valparaíso, su última prisión política antes de partir al exilio, seguiría dejando testimonio artístico; por ejemplo, en su canción Valparaíso, escrita en el último piso del recinto penitenciario porteño.

Tamaña experiencia fue recogida por el proyecto Cantos cautivos, desarrollado en colaboración con el Museo de la Memoria, y que compila testimonios sobre experiencias musicales en campos de concentración. En esa plataforma digital (y también en YouTube) se pueden escuchar las canciones de Vesely hechas en Puchuncaví y Valparaíso, junto a las respectivas reseñas del autor que explican el origen de cada una de ellas. Estas 27 piezas escritas en la prisión figuran en su disco Documento, publicado en Alemania en 1986. Varias de esas letras sobrevivieron gracias a que él las escondió entre las costuras de su ropa, y luego se la pasaba a sus padres que lo visitaban en Puchuncaví. En la Cárcel de Valparaíso, en cambio, había un régimen menos estricto, por lo que no era tan engorroso entregar los papeles a sus familiares.

Asimismo, en Puchuncaví compuso la que recuerda como su primera canción, El rey negro, en la que evoca un hecho conmovedor e imborrable para quienes estaban presos en ese lugar: una mujer embarazada había parido a una niña en el campo de detención. Muchos años después, en 2002, Vesely regresó a Chile para protagonizar un documental -también titulado El rey negro– en el que vuelve a los sitios donde estuvo recluido y emprende la búsqueda de esa niña nacida en cautiverio.

En la víspera de la conmemoración por los 50 años del golpe militar, Sergio Vesely cuenta en esta primera parte de la entrevista con Agencia Trova sobre sus albores como cantautor en esas condiciones tan apremiantes, de las historias que nutrieron su creación, de sus amoríos en los extramuros de la cárcel, de cómo se embriagó de Valparaíso viéndolo en panorámica desde el último piso de la cárcel pública. De su período como exiliado, donde cultivó una entrañable amistad con Osvaldo Gitano Rodríguez, hablará en una segunda parte de esta conversación.

Desde Alemania, Sergio Vesely (70) contó acerca de su vida artística en cautiverio.

– Sergio, antes de hablar de su vida en la prisión, ¿dónde se crió y qué vínculo tenía con la música?

– Bueno, soy santiaguino, ñuñoíno, educado en el Manuel de Salas. Y canté siempre con mi hermano. Hacíamos un dúo y luego un trío con un vecino. Y cantábamos zambas de Los Chalchaleros y Los Fronterizos. Teníamos bombos y yo ya tocaba guitarra, que la había descubierto en el ropero de mi mamá. Ella me enseñó las primeras posturas. Yo había tocado acordeón, que era el instrumento que nos había enseñado mi papá, ya que venía del mundo checo. Vesely es un apellido checo. Pero no era lo que yo quería, así que agarré la guitarra. Me empecé a politizar con Silvio y la onda brasilera. Nunca tomé clases de guitarra, aunque me defiendo. En esa situación yo caí preso, sin tener una vida de cantante ni nada por el estilo. En esa experiencia en la prisión tenía esa necesidad de darle salida a una serie de pensamientos; estaba en el último hoyo del mundo, en un campo de tortura, entregado a la voluntad de unas ratas humanas que te trataban pésimo. En esa circunstancia, tenía que defender lo poquito de humanidad que me quedaba. Y en el primer momento que pude, empecé a cantar. Yo una vez canté Alfonsina y el mar en una celda corvi de Villa Grimaldi. Eran como unos ataúdes parados. En eso llegó uno de estos bestias a la celda:

– ¿Quién está cantando aquí? – gritó.

Estábamos varios más en la celda, así que golpeé la puerta por dentro. Así se hacía. Yo tenía los ojos vendados y me animé a hablar:

– Yo fui – reconocí.

– Así que voh erai el que estaba cantando – me dijo.

– Sí, poh, yo era –respondí.

– Bonita la canción, a ver: cántala otra vez.

Y en ese momento no sé de dónde saqué la fuerza, pero la canté otra vez.

Me ha tocado encontrarme con presos de esa época que me han preguntado: “¿Cuándo hiciste tu primer concierto?” “En Alemania, les respondí. “No, fue en Villa Grimaldi y nosotros fuimos los espectadores: te escuchamos puros tipos vendados y metidos en otros calabozos”, me dijeron de vuelta. Ese fue mi primer concierto. Entonces cuando salí de la prisión en 1976, pensaba que si había cantado en la cárcel, cómo no iba a seguir cantando en el exilio. Y la primera canción que tengo en la memoria es El rey negro. Esa fue la primera canción que escribí.

-Me sorprende. Pensé que El rey negro era bastante posterior a su llegada a la prisión.

-Fue la primera. Yo caí preso en enero de 1975 y estuve más de un mes secuestrado en Villa Grimaldi. En Tres y Cuatro Álamos pasé a libre plática, es decir, podía recibir visitas. Tan libre no era, pero al menos podías ver a un pariente. En abril de 1975 pasé a Melinka Puchuncaví, donde el sistema era más libre y no tenías un guardia al lado. Ahí llegué a trabajar con los amigos más interesados por la cultura, y había guitarristas. En junio de 1975 nació una niña en el campo y esa fue la inspiración más grande. Después empezaron a salir más canciones.

-¿Cuántos de los textos que usted guardó en las costuras de las ropas fueron pensados como canciones? ¿Se compusieron con guitarra en mano?

-Las 27 canciones que están en el disco Documento nacieron con guitarra en mano. Lo que pasó fue que muchas canciones tenían sólo un esbozo de texto, no estaba terminado. Por ejemplo, Lamento a la muerte del perro Augusto (N. de la R: dedicada a un perro asesinado por un militar en el campo de Puchuncaví) la escribí más para mí. Cuando en el exilio recuperé todo ese material que me fue enviado por mi papá en cartas, empecé a retrabajar los textos. La versión de la cárcel yo la tomo como una versión rudimentaria de la canción. Algunas de ellas quedaron así, no se les cambió nada, pero a otras les trabajé más el lenguaje.

-¿Y mantuvo la base musical de las canciones o también cambió mucho en el exilio?

-Se mantuvo la base. Por ejemplo, la canción Valparaíso (“veo delante de todo/un puerto herido/detrás unos cerros/y un largo asfalto que corta el aliento/tímidas luces, después un silencio”) se mantuvo tal cual se hizo. Amor de mediatarde (“ella una flor y yo el jardinero/ella la paloma libre y yo, el nido/pudo arrancar al primer tiro, pero ella quiso estar conmigo”), dedicada a Graciela Navarro, mi amor de entonces que me visitaba en la cárcel, tampoco fue modificada. En el caso de El rey negro, yo sabía que la iba a cantar en el escenario de los comedores. Hicimos un acto cultural en honor al nacimiento de la niña. Cuando yo me puse a escribir, sabía que el auditor de la primera fila era el comandante y detrás de todos los presos en las butacas, estaban los soldados. Era una situación dificultosa, y había que tener muy afinado el texto para no producir reacciones inesperadas.

El increíble cierre de un ciclo: El rey negro

Una historia verdadera

hijo mío, te la cuento

ocurrió hace mucho tiempo

en la Tierra había un rey negro

vivía al borde de una fuente

y su casa era de barro

era amigo de la gente

todos eran sus hermanos.

Así comienza el texto de El rey negro, inspirado en la niña nacida en cautiverio que Vesely buscaría varios años más tarde. “En mi fantasía yo la convertí en niño. Al principio no sabíamos que era una niña, pero luego se corrigió cuando un preso me comentó que no había sido un niño, sino una niña”, cuenta Vesely, quien aclara que el documental El rey negro (2003), que muestra su retorno al campo de concentración en 2002 para buscar a la niña, no ha tenido la difusión merecida. Solo fue exhibida públicamente una vez en el Centro Cultural Gabriela Mistral de Santiago, aunque está disponible en formato online, en esta plataforma de películas y documentales relacionadas con los 50 años del golpe civil-militar. Este es el link en YouTube:

¿Cómo recuerda ese episodio tan conmovedor para los presos de Puchuncaví y cómo deviene en su primera canción? Entiendo que usted le pasó un papelito a la madre.

-Cuando se dio la noticia, al principio se pensaba que eran presos nuevos que habían llegado, y luego se corrigió la noticia. A nosotros, los presos normales, ni nos despertaron. Yo vivía en unas barracas al fondo. Habilitaron una pieza, metieron una cama y mandaron a llamar a dos médicos que teníamos en el campo. Ahí atendieron a la mamá que vivía al lado. A mí me daba vuelta cómo podía pasar esto tan increíble, y me enteré al otro día que la mamá aún seguía ahí, en la enfermería del campo. Así que todos los presos le empezamos a preparar regalos, y como yo no tenía nada para regalarle, le escribí un verso. La palabra rey negro no había nacido. Le escribí algo relativo a la esperanza tras las alambradas y le pasé un papel. Pero ella se fue con un saco lleno de cosas. Yo terminé convirtiendo la canción en un cuento. Al final el rey negro desaparece y le digo a la niña que lo tiene que ir a buscar, porque yo me hice grande y ya no lo puedo ver. Si tú reduces esas imágenes a su sentido más crudo, también se trataba de lo que vivíamos nosotros.

-Sin embargo, en 2002, usted parte a buscar a esa niña a Chile. Hábleme un poco de cómo se gestó esa idea que quedó registrada en el documental El rey negro.

-Ese fue uno de los regalos más increíbles. Pude regresar a esos lugares donde empecé a cantar y esa era la idea del director (el alemán Winfried Oelsner). Él quería viajar antes a ver los lugares donde íbamos a filmar. Yo le dije que eso era echar a perder la película, que íbamos a filmar en directo y que él me siguiera con la cámara. Eso iba a tener una autenticidad única. Sobre la niña, yo pensaba en ese minuto que la mamá quizás no tuvo otra alternativa que ir al campamento; pensaba en que quizás la mamá no le contaría a nadie que su hija había nacido en un campo de detenidos para que no la estigmatizaran. Y ocurrió exactamente lo contrario: la mamá no sólo nos contó esa historia, sino que le puso Melinka a su hija como tercer nombre propio. Se llama Blanca Francisca Melinka. Fue emocionante encontrar a Melinka y cantar su canción delante de ella.

Cuando yo le pregunté a la mamá si había recibido algún papelito, se acordaba del papel en el que le deseábamos mucha suerte los 208 presos que estábamos ahí. Ahí supe cuántos éramos. Ella mantuvo en su memoria esas palabras. Cuando fui en 2002 a grabar el documental, la niña -Melinka- tenía 27 años y dos o tres hijas. Fue increíble saber que el preso le venía a cantar su canción. Eso tuvo un gran simbolismo: fue como amarrar cabos sueltos.

El trágico final del perro Augusto

Luego de El rey negro, Vesely creó piezas como La golondrina del valle (que al posarse en las alambradas del campo parecía una nota dentro de un pentagrama), Himno de Puchuncaví y Lamento a la muerte del perro Augusto (curiosa coincidencia con el nombre del dictador Pinochet). Dentro de la prisión Vesely forjó una amistad con el fallecido actor Óscar Castro, el Cuervo, a quien le dedicó la composición Capitán, el rumbo es una isla errante.

-¿Cómo se daba la creación en Puchuncaví? ¿Había cierto marco acotado para poder hacer arte? Es decir, ¿qué margen les daban los militares para crear, en un contexto tan opresivo? ¿La prisión política se vivía de otra manera comparado con Villa Grimaldi?

-Ah, claro, por supuesto. Villa Grimaldi era un centro de tortura; Puchuncaví era un campo de detenidos donde los milicos se preocupaban de que no nos arrancáramos. No estábamos procesados; los que iban a ser procesados eran sacados de ahí, así como a mí me trasladaron a la Cárcel de Valparaíso porque ahí me abrieron un proceso. Puchuncaví tenía un comandante que cambiaba todas las semanas, y nosotros hablábamos con él y le decíamos que queríamos hacer alguna actividad los viernes. Cuando cambiaban cada semana el comandante, volvíamos a pedir. Empezamos lento, y de a poco salía una flauta, una guitarra, una quena, un charango. En un momento yo empecé a quedar aislado en mi celda, porque los otros presos se empezaron a ir, y ahí agarraba la guitarra y me ponía a hacer mis canciones despacito para no molestar a los otros.

-¿Y cómo aparecían esos instrumentos?

-Los presos los pedían a sus parientes y los milicos los dejaban pasar. Quizás ellos pensaban que si venía la Cruz Roja a ver, era mejor porque dirían que en Chile no se violaban los derechos humanos, que no había torturados ni nada por el estilo.

-Aun con este régimen, ustedes no se salvaban de los castigos.

-No, para nada. El día en que canté El rey negro, uno de los presos, que era bastante politizado, hizo un gesto como imitando a la niña y terminó parado con el puño en alto. Nosotros le habíamos dicho “no seai hueón” y lo hizo igual. Nos suspendieron los actos por dos semanas y ese preso no tuvo visitas y sufrió represalias. También había talleres y trabajos manuales. Cuando empezó a vaciarse Puchuncaví, se agarraban los camarotes libres para hacer telares con esa madera; las cucharas se convertían en martillos para trabajar el metal; y con los huesitos de la cazuela se hacían caballitos de mar como artesanías.

Yo además le empecé a poner música a poemas que no eran míos. El pintor Guillermo Núñez estuvo preso conmigo y me pidió que le pusiera música a un texto suyo, y quería presentársela a su compañera cuando lo fuera a ver a la prisión. Se la cantamos cuando ella vino de visita a ver a Guillermo. Desde ahí empecé a poner música para textos de otras personas.

-¿Cómo era el perro Augusto que inspiró su canción?

-Era un perro que trajeron los presos del campo de Ritoque. Al comandante que estaba de turno no le gustaba que el perro se llamara Augusto, y ese debe haber sido el motivo por el que lo mató. A la hora en que esto sucedió, los presos estábamos en los comedores. Escuchamos el balazo. Nadie pensó que lo que había ocurrido ahí era contra el perro. Pero ahí pasó una historia sorprendente que no es la cara espeluznante que siempre queremos ver de los milicos. Esto no lo he contado nunca.

Después de la muerte del perro Augusto, recogí un papel y una guitarrita, y me senté al lado de la alambrada. Me puse a escribir y le puse como título Lamento a la muerte del perro Augusto, y le había escrito “asesinado por un oficial fascista” como subtítulo. Y en eso sentí la presencia de alguien detrás de mí. Era el comandante. Me arrebató el papel y me preguntó: “¿qué estái haciendo ahí?” Me leyó en voz alta lo que yo había escrito: “Asesinado por un oficial fascista, ¿eso es lo que pensái de mí?”.

Yo no supe qué decir. Y creo que para él ser un oficial fascista no era un insulto. Me dijo: “Termina de escribir tu canción, hueón”, y me dejó el papel. Desapareció. Me quedé esperando que pasara algo: que me llevaran a la comandancia, que me trasladaran. No pasó nada ese día, ni al día siguiente y al lunes siguiente este pelao -porque eran todos jóvenes- se fue. No me pasó nada. Me quedé comiendo un buen caldito de cabeza. Cómo poder interpretar eso. Yo aún no tengo respuesta.

Valparaíso desde las alturas carcelarias

Un día de noviembre de 1975, Sergio Vesely fue trasladado desde Puchuncaví a la Cárcel de Valparaíso. Fue asignado a la celda 198, donde, entre otros presos, estaba el reconocido actor y músico quillotano con larga vida en la ciudad puerto, Antonio “Toño” Suzarte, cuyo repertorio iba dirigido al público infantil. Suzarte le mostró la belleza del puerto desde las alturas de la cárcel, y de esa panorámica Vesely creó Valparaíso, canción que en el exilio interpretara el Gitano Rodríguez en una versión inédita. Casi un año estuvo Vesely en ese penal, hoy convertido en el Parque Cultural de Valparaíso.

-¿Por qué lo trasladan a Valparaíso? ¿De qué se le acusa?

-No sé, nunca nadie me dio una explicación y yo tampoco pregunté. Me metieron en un camión de transporte de los milicos. Iba sentado atrás con una lona y con un soldado cuidando que no me arrancara. Íbamos en dirección a Valparaíso. Yo no iba con la vista vendada. Llegué a la cárcel con barba, con pelos largos. Me llevan a la gendarmería y me cortan el pelo. Me asignan la celda 198. Y ahí estaba el Toño Suzarte, con quien desde el comienzo me entendí muy bien. Él como actor había trabajado muchos años con Graciela Navarro (su polola fuera de la prisión, a quien Vesely dedicó Amor de mediatarde).

“¿Voh cantai canciones infantiles?”, me preguntó el Toño. Yo le mostré una canción que acababa de hacer. Le canté El caracolito. Ocurría que uno de los marinos constitucionalistas presos en Valparaíso quería cantarle una canción de cumpleaños a su hijo, que lo iría a visitar a la cárcel. Ese día el Toño había hablado con Graciela, y le había aconsejado algo: que le dijera al guardia que me venía a ver a mí. El asunto es que le cantamos la canción al hijo y ahí conocí a Graciela. Yo era joven y ella también. Y quedé con la bala pasada, había onda y terminó siendo una gran historia platónica de amor. Guardé una infinidad de cartas que nos mandábamos. Las tengo todas. Logré escanearlas después de 30 años.

-Incluso, en la reseña de la canción Valparaíso, usted nombra a Graciela.

-Claro. Te voy a contar cómo fue lo de la canción. El Toño era quillotano, pero muy conocedor de Valparaíso, aunque no fuera porteño de sangre. Yo no conocía nada de Valparaíso, pero tuvimos la gran suerte de haber estado en esa celda que quedaba en el tercer piso de la cárcel. Era un lujo porque podíamos ver por arriba del muro, y eso que era un muro alto. Los del segundo piso no podían ver para afuera, pero nosotros, que estábamos en el tercero, veíamos la calle Cumming, la parte superior del Cementerio 2, y al fondo se veía el barrio de Miraflores, en Viña. El Toño me decía: “Allá está la chica, durmiendo, una de las lucecitas parpadeando allá debe ser su casa”. A Graciela la vi cuando rodaba el documental. Sigue siendo una mujer increíble.

-¿Usted ve desde arriba las imágenes que narra en la canción o había estado antes en Valparaíso?

-Había estado solo de paso. En la última parte de mi clandestinidad, me la pasé en Valpo y Viña, pero no los conocí en detalle. No tenía dedos para el piano en materia de clandestinidad. Pero fue desde la panorámica de la prisión que me fui interiorizando de Valparaíso. Yo tengo el facsímil original que indica la fecha de creación de esa canción: junio de 1976.

-¿La música y la letra de Valparaíso nacieron al mismo tiempo?

-Es muy difícil decir que ambas nacieron al mismo tiempo. Casi siempre existe una frase musical que se llena de palabras, o una frase de palabras que se llena de música, pero que nazcan exactamente juntas no sé. Esta canción se fue formando de a poco, como todos los textos que uno compone. Yo no tenía mucho papel en la prisión así que se te quedaba en la mente. Te pilla el momento. Es preguntarse qué hace que te sientas llamado a hacer una canción: una paloma, la falta de una vista, la tristeza, o “los barcos pegados al fondo”, como dice Valparaíso. Yo nunca tuve una guitarra propia, siempre era prestada. Cuando yo llegué a la cárcel, ya estaba una buena parte de los marinos constitucionalistas que tenían talleres de zapatos, había eléctricos, y por ahí me deben haber pasado una guitarra. Cuando yo componía una canción, tenía que memorizarla. Yo mismo decía: si me acuerdo mañana de la letra, la canción es buena; si no me acuerdo, hay que olvidarla.

-Con todo lo que me ha contado, ¿usted se reconoce como un cantor cautivo?

-Claro, yo fui un cantor cautivo y ese cautiverio queda en tu mente. Evocas toda esa situación y cada vez que canto una de esas canciones está ahí, y eso fue lo que me dio la chispa para iniciar mi vida. Cuando me fui al exilio, volví a tomar la guitarra y empecé a cantar en los escenarios las mismas canciones que había compuesto en prisión. Los alemanes, que tienen una visión bien seca de las cosas, me decían que esas no eran canciones, que cómo iba a cantar en la prisión, que cómo conseguí una guitarra. Pero esto tiene explicaciones que no van por el lado del cliché y de las respuestas fijas que no dejan entrada a otros tipos de visiones.

-¿Cómo se produce su expulsión de Chile y el inicio de su exilio en Alemania?

-El 6 de noviembre de 1976 salgo de Valparaíso a Tres Álamos y luego a Capuchinos, y desde ahí me expulsan del país. Salgo a Alemania Federal. Mis viejos ahí se movieron por Amnistía. De la RDA no tuve nunca ninguna noticia. Como yo era mirista -aunque después no milité nunca más- eso no era muy bien mirado por los socialistas y los comunistas en la RDA. Pero estoy contento de haberme venido para acá. En la RDA no les fue bien a los chilenos, porque estaban bastante controlados. El único que zafó fue el Gitano Rodríguez, que salía de un país a otro; un habitante de los países socialistas no podía salir así no más. Gracias a él, me encontré con la historia de mi familia checa. Pero de eso podemos hablar en otra conversación.

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