La wanderinidad al palo

Mi corazón es colocolino, pero habría que ser muy insensible para desatender lo que sucede con Wanderers como fenómeno popular en Valparaíso. Cuando volví de Santiago hace dos semanas, me percaté que al fondo de Avenida Francia, en lo que se conoce como Quebrada Jaime, había una insignia gigante del club dibujada en el cerro. Una locura. Justo volví un día después del aniversario de los 130 años de Wanderito, por lo que presumí que había sido inaugurada en ese hito de celebración. Pasaron los días y, revisando algunos sitios wanderinos, decían que la mentada insignia estaba en el Cerro La Cruz. Pero del, la o l@s autores no sabía nada. Era un misterio. Hasta que, esta semana, en una publicación del Mercurio de Valpo, apareció la historia. El autor es Mauricio Lillo, profesor de religión, fanático del club, que trazó la insignia en la ladera del cerro en homenaje a su fallecido padre wanderino. La nota de prensa anunciaba que hoy habría una ceremonia en la cual la insignia sería bendecida, pero no figuraba la hora. Averiguando por aquí y por allá, di con el horario: 12.30 horas en el Mirador El Vergel del Cerro La Cruz. De manera que, esta mañana, agarré vuelo por la Avenida Alemania y vi de mucho más cerquita la SW trazada con cal, hasta llegar al lugar de la ceremonia. Había hinchas de Wanderers y estaba Mauricio Lillo, el mentor de la idea. Lo que más me intrigaba es cómo calculó hacer la zanja para que el emblema se viera perfecto desde el plan. Al final, apelando un poco a la intuición, pero también a cierta ingeniería cotidiana, pudo delinear la figura donde correspondía, haciendo equilibrio en la quebrada para no caer al despeñadero. Al final quedó un escudo de 40 metros de largo. «Yo me crié en estas quebradas, jugábamos aquí», retrucó él mis inquietudes equilibrísticas. El asunto es que llegó un cura de apellido Nahuelcura para bendecir la insignia, entre vítores de los «Panzers» y música de la barra por los parlantes. «Voy a tirar agua bendita por acá, después ustedes lo hacen con chelita, por aquí ya veo algunas abiertas», tiró el cura wanderino, picarón y simpático. Dijo que Wanderers era del pueblo y se tiró el típico discurso del país polarizado, lo que me hizo pensar que mañana iría por el Rechazo. Pero, bueno. Ahora tocará la tarea de cuidar el escudo, de mantenerlo y de, según Mauricio Lillo, alejarlo del oportunismo político. Porque -y es mi convencimiento- el escudo se convertirá en un atractivo turístico de la ciudad. Otro señor que animaba el evento, ya a la hora del cierre, llamó a la gente a comer los «choriPanzers» que unos hinchas vendían. Mientras la gente que llegó con sus camisetas verdes se dispersaba, comenzó a sonar «El Mercado Testaccio» del Inti. Luego, para mi asombro, por el parlante sonó «Valparaíso» del Gitano Rodríguez. Cada vez me hace más sentido esa frase de que Wanderers y Valparaíso son uno solo. Yo soy colocolino a rabiar, y nunca cambiaré de pasión, como Sandoval de «El secreto de sus ojos», pero si algún día dije que el 0,000001% de mi corazón era wanderino, ahora puedo afirmar, con certeza, que el 0,1% de mi corazón bombea sangre verde.

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