Las ballenas vuelven a Quintay

Un olor insoportable se apoderó de la caleta de Quintay durante 24 años, tiempo en el que operó la planta ballenera más grande de Chile. La misma, hoy, es un museo al aire libre que honra la memoria de las gigantes de los mares.

Hubo un tiempo en el que las gigantes de los océanos se vieron reducidas a aceite, carne y desechos. En las costas de Quintay -una apacible caleta de pescadores, al sur de Valparaíso- miles de ballenas creyeron hallar un santuario, pero cayeron en la trampa.

Entre 1943 y 1967 operó en Quintay la planta faenadora de ballenas más grande de Chile. Por décadas, su olor se propagó por el balneario. Hoy, en cambio, sopla una brisa que trae el perdón simbolizado en el museo de la Fundación Quintay, la institución que en 1998 recibió, en un estado ruinoso, parte de los terrenos de la ex ballenera.

Ayer, los barcos especializados usaban un arpón explosivo para cazarlas. La presa estallaba. Hoy la ballena es objeto de culto, sin que se haya enterrado ese pasado escabroso. El título de una exposición -que se inaugurará pronto- resume los objetivos de la Fundación Quintay: De la CAZA… a la CASA de la ballena. Así se llama el proyecto que busca montar una réplica de un ejemplar de esta especie a escala real, en uno de los galpones. “Queremos enseñarle a la gente que estamos en contra de la explotación que se hizo en el pasado; hoy vivimos otra fase: la protección de las ballenas”, cuenta el pescador artesanal René Barrios, tesorero y miembro del directorio de la entidad, quien además pertenece a una familia de ex balleneros.

Y, aunque el museo del sitio -al cual se ingresa sólo por $500- inspira paz, se siente el peso de la historia. Partiendo por el escalofriante poema de Neruda que cuelga al lado de la boletería: “La ballenera de Quintay, vacía con sus bodegas, sus escombros muertos, la sangre aún sobre las rocas, los huesos de los monárquicos cetáceos, hierro roído, viento y mar, el graznido del albatros que espera. Se fueron las ballenas: ¿a otro mar? ¿Huyeron de la costa encarnizada? ¿O sumergidas en el suave lodo de la profundidad piden castigo para los oceánicos chilenos?”.

La explanada principal exhibe abundante información sobre la ballenera. Las fotografías en blanco y negro, recopiladas con esmero por la Fundación, reposan sobre unos paneles que permiten que el espectador se remonte perfectamente al pasado. Muchas imágenes están tomadas desde un ángulo óptimo para cotejar cuán conservadas están las instalaciones antiguas. Figura también una breve reseña del capitán noruego Svend Foyn, cuyo invento revolucionó a la industria en 1864: el arpón propulsado a cañón.

Pasos más allá, una exposición de la Fundación Vida Silvestre Mundial (WWF Chile) da cuenta de las características biológicas de la ballena. Para quien se sienta incapaz de imaginar el tamaño de estos cetáceos, la explicación resulta más ilustrativa que cualquier concepto científico: una ballena azul -el mamífero más grande del mundo- mide lo mismo que ¡dos buses del Transantiago juntos!

Memorias de un ex ballenero

Pero, ¿en qué contexto la empresa Indus S.A. instala la planta? El proyecto de investigación de la UNAB, “Balleneros de Quintay”, da algunas luces: “La escasez de materia prima a nivel nacional hace que el año 1936 la empresa decida dedicarse a la cacería de ballenas para poder suplir su demanda de aceite animal”. Siete años después, Indus abandona la modalidad de procesar la ballena en alta mar y construye la estación terrestre. Hasta su cierre, la firma es líder en producción de aceite, harina de carne (para alimento de ganado), harina de huesos, sebo, detergente, jabón y abonos.

Estos detalles los recuerda lúcidamente José Barrios, quien hoy corta las entradas para el ingreso de los turistas al museo. Él es uno de los pocos nacidos en Quintay que trabajó en laplanta desde sus orígenes; el grueso del contingente provenía del sur del país y ahí se hizo notar ungrupo de operarios de Quellón, ciudad que ya poseía una “tradición ballenera”, como sugiere el estudio histórico de Paula de la Fuente y Daniel Quiroz, titulado Los chilotes en la ballenera de Quintay.

A José Barrios le tocaba la faena dura. Ejerció como “alambrero, ganchero y después cuchillero descuerando a las ballenas”. En ese tiempo, no escuchó clamores ecologistas; para él, era un trabajo más y acredita -convencido- que “la carne de ballena es más sabrosa que la de vacuno. Acá todos sabíamos prepararla, como carbonada, como cazuela, a la cacerola”, se ríe.

La estación contaba con unos 800 empleados que cumplían turnos de ocho horas. Se prohibía consumir alcohol, porque la actividad demandaba mucho esfuerzo físico. El trabajo se dividía entre quienes se internaban mar adentro, para asestar el golpe mortal a la ballena, y quienes esperaban en el muelle para destazarla.

Barrios no se queja de los sueldos de la época. “Los patrones nos pagaban muy bien, $150 mensuales, imagínese la buena plata que era. Nos alcanzaba para vivir. Si uno era soltero, tenía que comprarse su kilito de azúcar; la empresa daba todo lo demás: la ropa, las botas”. Recuerda que todos los operarios alojaban en literas -al estilo regimiento- que estaban ubicadas arriba del cerro. “Todavía quedan algunas”, asegura el ex ballenero, quien es tío del actual tesorero de la Fundación Quintay, entidad que no recibe financiamiento público.

El cierre de la planta, en 1967, lo obligó a dejar su empleo y tomar nuevos rumbos en la pesca artesanal. Dicho año se firmó un acuerdo internacional para prohibir la caza de ballenas, ya que su supervivencia estaba en peligro. Indus S.A., por entonces, se alejó también del rubro.

¿Y qué ha pasado con las gigantes, a 45 años del cierre del lugar que las vio morir indiscriminadamente? Se han avistado algunas. El 2008, incluso, un ejemplar y su cría se mantuvieron por un mes a pocos metros de la Playa Grande de Quintay. José Barrios dice que en noviembre, diciembre y febrero pasado vio asomarse a otras. Es el principal indicio de que quieren volver. Tal vez a sellar un nuevo pacto, porque el museo que las reivindica está en proceso de convertirse en Monumento Nacional. La reconciliación definitiva de Quintay con las ballenas quizá sea cuestión de tiempo.

Publicado originalmente en Diario La Hora S&D.

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