Hasta una guardería infantil tiene el único estadio del país dedicado al fomento del fútbol femenino: el Estero Lobos de Puerto Montt. Allí juegan, cada fin de semana, unas 1.200 mujeres, entre niñas y adultas.
En los altos de Puerto Montt, muy cerca de la población Antihual, dos canchas gemelas, separadas por una misma tribuna, acogen la jornada de domingo en el fútbol amateur. Son las 10.30 de la mañana, y el sol aún no alcanza a entibiar la fría brisa que sopla por el estadio Estero Lobos.
Hasta agosto de 2016, sin embargo, el estadio no era estadio, y lo que había en realidad era una sola cancha, donde jugaban solo hombres. Esos mismos hombres siguen ahí, pero del otro lado de la gradería hay 22 jugadoras corriendo detrás de la pelota. Nadie le dice cancha número 2: todos la conocen como “la cancha de las mujeres” y cuenta con cuatro torres de iluminación.
-La cancha de ustedes tiene luz, y la de los hombres no…
-Claro, eso ha generado polémica con los hombres. Ellos reclaman por qué las mujeres tenemos tantos beneficios. Ven un espacio libre y quieren meterse a nuestra cancha. Ya nos tienen miedo, y nosotras estamos empoderadas.
La que habla es la presidenta de la Asociación Local de Fútbol Femenino Puerto Montt, Yasna Ortiz, artífice de un proyecto inédito en el país: el primer estadio hecho por y para mujeres, con cuatro camarines, sala de reuniones, luminaria y hasta una guardería infantil para las madres futbolistas que no pueden dejar a sus hijos en la casa. Cada fin de semana, en el Estero Lobos juegan 1.200 mujeres, entre series menores y adultas.
“El fútbol femenino siempre fue fuerte acá en Puerto Montt. Jugábamos en una cancha en un estacionamiento de micros, al lado del Estadio Chinquihue. No tenía ni las medidas reglamentarias. Se usaban unos containers como camarines, pero nos cambiábamos de ropa en unos matorrales. La cancha se llenaba de barro. Si la pelota caía a una poza, las chicas tenían que meterse ahí para seguir jugando, era tragicómico”, recuerda Ortiz, y suspira.
Sus antecesoras en el cargo tocaron muchas puertas en busca de otro espacio, pero siempre chocaron con la resistencia de uno u otro alcalde. Hasta que el actual jefe comunal, Gervoy Paredes, puso manos a la obra, junto con otras entidades de gobierno.
“Se aunaron las voluntades políticas. Cuando hicimos el proyecto de estadio éramos 10 equipos, y ahora somos 16. Les pedimos a los clubes crearan series menores. Las niñas juegan todos los sábados de 10.00 a 21.30 horas, y las adultas jugamos los domingos hasta la misma hora. A veces nos pasamos”, relata Ortiz, arquera del club Magallanes Unido y admiradora de Christiane Endler y Thibaut Courtois.
Machismo arbitral
-Igual le pegan fuerte a la pelota, ah.
La expresión sale de la boca de un joven, parado al borde de la cancha, tras el potente remate de una jugadora del equipo Revelación Chinquihue. Para la oreja el juez de línea, y hace una mueca socarrona.
“Yo preferiría que nos arbitraran mujeres, hay mucho machismo aún”, comenta Karina Álvarez, encargada del turno matinal en la guardería infantil del estadio junto a Marjorie Ovando. Ambas son técnicas en educación parvularia y futbolistas: juegan en el equipo Atlético Chin Chin, y su partido está fijado a las 20.30 horas.
-Nos sacamos el delantal y nos ponemos los chuteadores- estalla en risas Ovando.
Ni ella ni su compañera creen que el machismo esté en retirada. Cita un caso, mientras acompaña a la única niña que juega en la mesa de la guardería:
-Aún no tenemos una escuela de árbitras: nos arbitran varones. Hace poco un árbitro nos habló en un tono no muy adecuado en un partido. A raíz de una jugada puntual, nos mandó a que nos fuéramos a la casa a leer el reglamento. Y nosotras sabemos jugar, llevamos años jugando. Queremos respeto. Le reclamé, pero me respondió súper feo. Yo estaba shockeada.
-¿Y qué pasó? ¿Te mostró amarilla?
-Me mostró amarilla.
Segundos después, Ovando vuelve la mirada hacia la niña que ocupa la guardería. Espera que, a medida que el frío comience a apretar, las madres se atrevan a dejar a sus hijos bajo techo y no en la tribuna del estadio, como cada domingo.
“Es importante tener a los hijos resguardados del frío. Las mamás se dan vuelta a ver a sus niños cuando gritan y se desenfocan del partido. O a veces, simplemente, no vienen a jugar porque no tienen con quién dejar a su hijo”, explica.
Las niñas también juegan
Avanza la tarde. A uno y otro lado de la exclusiva gradería del Estero Lobos, juegan hombres y mujeres. Basta voltear la cabeza, desde lo más alto de la tribuna, para seguir ambos partidos. El viento del sur reaparece, pero el entusiasmo del público no decae y se reparte entre las canchas gemelas. En el único quiosco del estadio, en tanto, vuelan los completos, las cocacolas, los nescafés servidos en vasos plásticos.
En la cancha de las mujeres acaba el sexto de los ocho partidos que contempla el programa. Los 16 equipos de la liga son de Puerto Montt, y se nutren de jugadoras de zonas rurales como Caleta El Manzano, Chayahué, Pargua. De Cochamó es, la número 9 del club San Luis, Nicole Gutiérrez, una joven delgada y peinada con una larga trenza que se luce en la goleada por 7-2 ante Magallanes Unido. “Viajo desde Cochamó solo para jugar acá. Me integré hace poco al equipo, pero me he sentido súper cómoda por las chiquillas”, dice Nicole, risueña.
En Magallanes Unido ataja Yasna Ortiz, la presidenta de la Asociación y gestora del proyecto del estadio. También defiende esos colores Cyntia Aguilar, ex seleccionada chilena sub 20 en el Mundial de Chile 2008.
“Por un tema económico no me quedé en Santiago. Ahora veía en la Copa América a mis ex compañeras clasificar a Francia y me hubiera gustado estar ahí”, dice Aguilar, quien celebra tener un estadio propio, aunque asegura que la brecha de género no se ha reducido en el fútbol. Pide que alguien cuide por mientras a su hijo de dos meses y explica.
-¿Por qué?
-Te doy un ejemplo. Me molesta mucho que los árbitros no cobren lo que tienen que cobrar. El otro día alguien hizo mal un lateral, y el árbitro lo dejó pasar. Y yo le reclamé por qué. Nos tratan como tontas, como diciendo “son mujeres, hagan lo que quieran”. Si queremos que el fútbol femenino avance, hay que cobrar lo que corresponde.
Hoy con la 10 en su espalda, Cyntia -oriunda de Maullín- valora la creación de las series menores, porque así el fútbol femenino seguirá dejando huella en el sur.
-Es nuestro semillero. Nosotros invitamos los padres a que vengan con sus hijas a conocer el ambiente, y al principio están incrédulos. Nos dicen “¿por qué va a jugar si es un deporte de hombres?”. En los partidos de ellas si una niña bota a otra, deja la pelota de lado y recoge a su compañera.
-¿Te identifican las otras formas de lucha contra el machismo?
-No soy activista, pero obviamente que sí. Me carga que una mujer no se pueda pasear por la calle sin que le griten cosas, o los sueldos desiguales en el trabajo, teniendo las mismas capacidades. En el fútbol es igual: hay hombres que no cachan nada y aun así te excluyen de las conversaciones de fútbol. Yo empecé recién a los 12 años a jugar con mujeres; antes jugaba con puros hombres.
-¿Y cómo era eso?
-Primero decían “cómo voy a jugar con una mujer”, y cuando ven que una sabe jugar, recién te meten cuerpo. Cuando ven que les puedo hacer un caño, te meten la pata con todo, jajá.
Cyntia se despide. Vuelve a tomar en brazos a su abrigado hijo. Cae la noche sobre Puerto Montt y las torres de iluminación de la cancha 2 se encienden. La liga femenina no se detiene. Seguirán jugando hasta después de las 22.00 horas.
Del otro lado de la tribuna, en cambio, los hombres abandonan lentamente su cancha en penumbras.
Publicado el 11 de mayo de 2018 en el diario La Hora.
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