El domingo antepasado esperé, en vano, un minibus para la isla Lemuy. Yo quería conocer Detif, pero la movilización en Chiloé es complicada el domingo. Cuando ya noté que se me estaba haciendo tarde, cambié de planes y preferí dar unas vueltas por Chonchi. Sólo había estado de paso. Bajando hacia la costanera, sin querer me topé con un letrero escrito a mano que decía «Museo del Acordeón» y una flecha hacia la derecha. Cuando caminé al lugar señalado, una multitud de turistas hacía su ingreso. «¿Qué es esto?», dije para mí, cuando vi a un caballero de lentes rodeado por un sinfín de acordeones de todas las épocas y de varios países. No podía creer que hubiera caído en este tesoro sólo porque falló el bus del otro lado. Por algo tendrá que ser, pensé. El creador del museo era don Sergio Colivoro, y yo ahí, pelmazo, recién enterándome de quién era este señor. Con 50 años de trayectoria, ha formado a cientos de acordeonistas en escuelas rurales de Chiloé y es una leyenda viva de Chonchi. Hasta hoy enseña a tocar el instrumento y los repara. De hecho, vive de la restauración de acordeones y de la venta de sus cds. No cuenta con apoyo municipal ni de ninguna institución y sin embargo se las ingenia para arrendar un espacio, abrir todos los días del año su museo y mostrar su exquisita colección musical. En un momento agarró uno de sus acordeones. Tocó «El gorro de lana», «El lobo chilote» y otra rancherita instrumental que no conocía. De pronto anunció una cueca y preguntó al aire: «¿Quién sabe tocar guitarra?». Nadie respondió. Silencio. Insistió. A mí me picaban las manitos y levanté la mano. Me senté junto a él. «¿Cómo lo hacemos?», le consulté. «Mi y Si7, ¿pa qué nos vamos a complicar, poh?». Toqué tres cuecas con él, a dos acordes. Bailaron solo mujeres. Luego me acompañó con un acordeón más menudito, parecido a un bandoneón, en «Qué pena siente el alma» y «Mocito que vas remando». Cuando terminamos la canción de Rolando Alarcón, filmada por varias cámaras de celulares, se apuró en hablarme: «Hay una nota que no puedo hacer con este acordeón porque es con escala diatónica». Yo quedé plop. «Quiero decir que no tiene semitonos. Sólo tiene las siete notas tradicionales», me respondió, para luego contarme cómo los acordeones fueron evolucionando en complejidad. Fue una clase magistral exprés de escalas musicales. Luego le hice una especie de entrevista y hasta me grabaron un video con él. Cuando se fueron los turistas, calculo que me habré quedado hablando unos 40 minutos más con él, sobre Chiloé y de su trayectoria. En eso observé en una de las paredes un afiche que hablaba de un documental sobre la historia de don Sergio, en tanto guardián de la memoria musical de Chonchi. Se titulaba «Sonidos del aire» y el autor era Vicente Leiva. «En YouTube lo encuentra», me dijo. Algo, sin embargo, cambió de pronto en la expresión de su rostro cuando me empezó a contar de Vicente, el documentalista que retrató en cinco minutos su historia: «Iba en su bicicleta cerca de Parral y lo atropellaron hace como tres meses». Don Sergio bajó la vista y suspiró.
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