Detif pre-pandémico

Como no se sabe con certeza cuándo volveré al sur, tras el alza de casos de covid, me atrevo a contar un pedacito de historia del último viaje pre pandemia. Se trata de Detif y de un istmo. Istmo. En la clase de historia y geografía nos enseñaban los accidentes geográficos. Yo amaba mirar mapas y hallar puntos que parecían perdidos. Entonces estaba la meseta, la bahía, el golfo, la península, el istmo. No sé por qué esa palabra, con solo reparar en su sonoridad, me gustaba. Entendí que Centroamérica completa era un itsmo que conectaba Norte y Sudamérica. Quizá me sorprendía saber que una franja tan angosta de tierra pudiera ser el nexo entre dos trozos más grandes. Bueno, el asunto es que llevaba años mirando el mapa de la isla Lemuy, en Chiloé, y si uno miraba su fisonomía había una parte en el sur unida por un istmo. Desde entonces supuse que se podía mirar el mar por ambos lados, y esa idea me obsesionaba. Miré en Google un par de fotos aéreas y me parecía fascinante. Cuando crucé a Lemuy, camino a la intrigante Detif, en febrero pasado, en todo momento miré hacia la ventana delantera del chofer a ver si aparecía el punto más angosto para sacar la foto con el mar a ambos lados de la ruta. Nunca lo vi. Crucé el istmo hasta llegar al pueblo. Lo pasé increíble. Fue un ratito, pero hice de todo. En la micro venía Gabriel, un joven estudiante de periodismo que viajaba con un ukelele transparente que se me hizo como el que toca Gepe en el videoclip de «Hablar de ti», y yo me animé a tocar, solo aprendiéndome in situ DO, FA y SOL, «Qué pena siente el alma» con las olas rozándome los pies. Visitamos dos miradores increíbles. Uno en el camping Apahuén y el otro «La voladora», en alusión a uno de los personajes mitológicos de Chiloé. La antiquísima iglesia es una maravilla de la escuela de arquitectura chilota. Tal vez sea una de las más aisladas, entre las declaradas Patrimonio de la Humanidad, junto a la de Caguash. Bueno, en la placita frente a la iglesia, había varios carteles turísticos que contaban la historia de Detif. Y hubo varias cosas que me dejaron pensando. Una, que el supuesto nombre del pueblo, Detif, venía del huilliche y significaba «sostenido». ¿Y por qué «sostenido»? Porque presuntamente el mentado istmo «sostenía» a la isla. Lo extraño es que, según esa reseña, el sector de Detif estaba separado de la isla por 20 metros, y había sido unido artificialmente en los años 80, de manera que el istmo de marras, según esa teoría, no sería natural. Otro tanto lo vine a saber después, cuando el gran estudioso chilote Roberto Bahamonde me sugirió que tal vez la palabra «Detif» no procediera del huilliche. Total que, después de ver la reseña, le dije a Gabriel si se animaba a caminar por la ruta hasta encontrar la parte más angosta del istmo para ver el mar por los dos lados. Le tincó. Caminamos casi siempre en subida, mientras pasaban los autos ida y vuelta. Entretanto nos dimos una vueltita por el cementerio del pueblo, el que, casi como todo camposanto chilote, tiene vista al mar. Vimos hasta un canasto de papas dejado a la vera de la ruta, abandonado, quizás para que otra familia lo recogiera. Es el valor de la palabra y la confianza que prevalece en Chiloé. Entre subida y bajada, la vista del mar, solo en algunos tramos, se ensuciaba con los plásticos de la salmonicultura y el cultivo de choritos. Hasta que en un momento, de tanto caminar mochila al hombro, me sentí en la gloria. Llegamos al famoso «Mirador el Cortao», la parte más estrecha de la isla, y procuré que la foto encuadrara ambos lados del mar. Para mí era un triunfo para tanta obsesión. Abrí los brazos y estaba en mi salsa. Pocas veces uno puede, al revisitar el mapa, pasar exactamente por el lugar que éste señala. Tomamos el bus de vuelta a Chonchi por ahí mismo. Jugaba Colo Colo y en la espera intenté en vano conectar el CDF Estadio por mi celular. Cuando crucé el canal Lemuy, de vuelta a la isla grande, me quedé pensando, si fuera cierta la teoría del istmo artificial, cómo lo habrán construido. Me arrepentí de no haber buscado a gente mayor en el pueblo y consultarle si efectivamente habría sido así. Pero en tanto haya preguntas por resolver, siempre habrá motivos para regresar. Los otros pendientes son pasar una noche en carpa en uno de sus miradores de ensueño, despertar con viento salado en contra y visitar el jardín de 112 variedades de papas nativas chilotas de la señora Yolanda Millapichún Vera.

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