El monumento a Las Coimas

Vuelvo a dar la lata con un tema histórico que concierne a Chile y Argentina. A veces me da rabia sentirme ignorante, pero luego se me pasa. Solo por haber viajado de un día para otro a esta zona, aunque podía presuponerlo, me enteré de que el primer pueblo liberado por el Ejército Libertador de los Andes fue Putaendo. Por eso al pueblo se le conoce -acaso por un afán turístico- como el «primer pueblo libre de Chile». Suelo desconfiar de la veracidad de los «primeros» de alguna cosa, pero qué va. Supongamos que tienen razón. Si alguna vez me lo contaron en el colegio, no lo recuerdo. Sigo: si Putaendo fue liberado fue por el triunfo en la batalla de Achupallas, donde se enfrentaron por primera vez el ejército independentista y los realistas, con la ayuda inestimable de un arriero putaendino llamado Justo Estay. En el sitio de la batalla, camino al cruce de Los Patos, por donde ingresó el general San Martín y sus huestes, hoy existe un monumento que conmemora el hito y, además, homenajea a Estay. No pintaba la ocasión para ir a ese, pues quedaba muy lejos de mi ubicación y contaba con poco tiempo. En cambio, sí fui a Las Coimas, donde me había enterado antes de viajar, que también había habido un combate emblemático. Claro, dicha batalla fue la segunda ganada por el Ejército Libertador al bando realista, y pavimentó el triunfo posterior en Chacabuco. En fin, toda esa ruta de Putaendo a San Felipe se llama así: Avenida Ejército Libertador en homenaje a la ruta recorrida por ese batallón. Quienes me conocen saben de mi aversión por todo lo que rezuma miliquismo, pero la guerra por la independencia, creo, es otra volá. Por lo mismo, y aunque tenga una connotación muy milica, me emocionó estar parado aquí, en esta plaza medio desgreñada, frente a la bandera argentina y chilena, en señal de una hermandad que debería siempre prevalecer. Yo siempre lo he sentido así; allá el resto. Y eso que me faltó decir que hay un añoso pimiento, ubicado en la esquina norponiente de la Plaza de Armas putaendina, al que San Martín habría atado su caballo. Cierta o no, una buena historia no debería morir de realidad.

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