Patitas de almohada

Un día, cierto director de un diario me cambió todo el sentido de lo que yo quería contar tan solo incluyendo una palabra que yo no hubiera escrito ni por asomo. Yo quería narrar cómo Ulises, el gatito de Nino García, fue el primero que vio el cuerpo inerte del músico después de que éste se quitara la vida. Ya ni recuerdo cómo era exactamente el texto; lo único que recuerdo hasta hoy es que el director de marras me modificó el párrafo y ocupó la palabra «mascota» para describir a Ulises. Y nopo, según todo lo que me había contado María Eugenia, viuda de Nino, Ulises no podía ser la «mascota» del artista: incluso el minino había inspirado un poema sinfónico de Nino, llamado «El debut de Ulises». Era mucho más que una mascota. Tampoco es que me guste humanizar a los animales no humanos, pero no iba al caso. Creo que ya no podía pelear más por defender mi postura, porque el diario se iba a impresión. Salió así publicado. Desde ese día odio la palabra «mascota». ¿Qué es eso? Uno no elige un animalito para que sea su mascota. Esa palabreja déjensela a Cobi, a Striker, a Ciao. Menos cuando es el animalito -en este caso animalita- el que te elige a ti. Ese fue el caso de Kitty. El año pasado, por estas fechas, me llegó a tocar la ventana. Desde que estoy en casa, nunca más durmió afuera y eso que su territorio era la calle. El otro día le contaba a un amigo que percibía cierta identidad en el movimiento de los gatunos en Valpo, y que eso podría explicar por qué hay tantos y en lugares tan extravagantes. Incluso, subiendo a Mariposas, hay una parte que se conoce como el «callejón de los gatos». Es muy fácil, debido a la topografía porteña, que salten desde techos a calles empinadas, desde árboles a escaleras, desde el cielo a la tierra. Kitty llegó y, aunque a veces me hace pasar sustos cuando baja al pasaje Barbosa, siempre vuelve a su aposento. Duerme conmigo y me arrulla con su ronroneo. Sus patitas de almohada -palabra robada a la banda Morales y Los Inmorales- se apoyan en mi antebrazo para lograr la mejor posición. Me río con sus locas corridas por la casa y con sus complejos de trapecista cuando trepa la baranda sin preocuparse del vacío. Ni se inmuta con los fuegos artificiales y no tardó ni dos días en acostumbrarse a su nuevo hogar. Su cariño conquista hasta al más anti-cucho. Esta gatita ha sido una gran maestra, ayudó mucho a mi adaptación a esta ciudad en cuarentena y me regala cien mil motivos para volver a casa. Siempre tuve gatos en San Miguel, pero es primera vez que soy responsable de un@. Tampoco me gusta la palabra «dueño» o «amo». En realidad nadie es ni puede pretender ser dueño de un gato; más bien te enseñan de desprendimiento, desapego (aunque últimamente estoy en la onda del «apego seguro») y libertad. Con todo lo que me ha ofrendado en este año de compañía, Kitty no puede ser simplemente una mascota. Me costó hacerlo, pero cuando me preguntan con quién vivo, suelo primero responder «solo». Pero, a renglón seguido, digo: «Bueno, con mi gatita».

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