La última entrevista al Piojo Salinas

Fallecido en 2008, el popular músico y payador concedió una última entrevista -la que permanecía inédita- para el libro «Ecos del tiempo subterráneo», escrito en conjunto por la periodista Gabriela Bravo y quien suscribe esta nota. El 4 de enero de 2007, en la Plaza El Cortijo de Conchalí, contigua a su casa donde pasaba los días, el Piojo Salinas contó su participación en las peñas y, en general, durante la resistencia cultural en dictadura.

Es necesario redactar el encabezado de esta entrevista -que hasta ahora permanecía inédita- en primera persona. Recuerdo que una calurosa mañana del 4 de enero de 2007 partimos con Gabriela Bravo Chiappe -con quien publicaríamos el libro “Ecos del tiempo subterráneo” en 2009- a Conchalí a “encontrar” al payador Benedicto “Piojo” Salinas. Y decimos “encontrar”, porque, a la postre, iba a ser la única fuente viva de nuestro libro con quien no pactamos una entrevista en una fecha determinada. Fue nuestra primera entrevista, además, realizada con un aparato digital. No recuerdo si fue una grabadora chica u otro artículo, pero quedó registrada en mp3.

Nadie sabía cómo pillar al Piojo. Siempre estaba en carpeta entrevistarlo y dilucidar dónde vivía, porque había jugado un papel preponderante en la época dictatorial. La mayoría de la gente nos decía que lo podíamos hallar en Conchalí, pero no en algún lugar preciso. Yo no me acordaba cómo lo resolvimos, pero ahora recién caí en cuenta de que en un blog personal casi moribundo escribí que una vez tomé un taxi cualquiera en Independencia con Einstein, y resultó que el taxista era sobrino del Piojo Salinas. Él me indicó, no tan claramente, cómo llegar hasta su casa y con esa sola indicación, viajamos a la zona de la calle Barón de Juras Reales, contigua a la Plaza El Cortijo.

Llegamos tímidos con Gaby. Vimos una casita, de madera, con algunas latas encima, extremadamente precaria. Por la puerta -supusimos- asomó el Piojo Salinas, con su tupida barba blanca y su mirada un tanto perpleja. Era él. Nos presentamos y le solicitamos la entrevista. Esperamos un rato fuera de su casa y logramos conversar con él en la Plaza El Cortijo, metros más allá de su humilde morada.

De esa época es esta última entrevista realizada al Piojo Salinas, en la que contó acerca de su vasta experiencia durante la resistencia cultural en dictadura. La muerte lo encontró al año siguiente, el 18 de febrero de 2008. Pero, dicen algunos que lo conocieron, la muerte ya convivía con él: el 30 de junio de 1986, su esposa Margarita Martín, su hijo Isidro Salinas y su cuñada María Paz Martín fueron asesinadas por funcionarios de Carabineros de Chile durante un allanamiento en La Cisterna.

Desde entonces, la vida no fue la misma para el Piojo, cuyo repertorio -hasta ese minuto fatal- conjugaba el ingenio, el humor y la picardía. Por decisión nuestra, en ese entonces, decidimos no preguntarle nada sobre aquel cruento episodio. Hoy existe un monumento que recuerda a las víctimas del que se conoció como «Caso Mamiña», por el nombre de la calle cisternina donde fueron cometidos los crímenes. En la foto familiar que acompaña esta nota, tomada por el fotógrafo Héctor González de Cunco, aparecen sus tres familiares asesinados.

El Piojo fue integrante de la Peña Chile Ríe y Canta, antes del golpe militar, y miembro fundacional del grupo de payadores que organizó masivos encuentros de este arte ancestral durante los años 80. Tras bambalinas, participó activamente en peñas, sindicatos, bolsas de cesantes y actos solidarios. Aquí está el testimonio de esta  inédita entrevista, realizada por Gabriela Bravo y quien suscribe; por algunos pasajes fue hilarante, por otros, dramática.

-¿Recuerda cuál fue la primera peña en la que usted participó?

-Recuerdo que formamos una peña de las Juventudes Comunistas, que funcionaba en un local de la Jota, en Avenida Matta 755. A esa peña le pusimos “Mural”, porque había un mural muy bonito que había pintado la Brigada Ramona Parra. Esa fue la primera peña antes del golpe. Después vino la Peña de los Parra, la Peña Latinoamericana y la Peña Chile Ríe y Canta, de la cual salió cualquier cantidad de cantores. A mí me recomendó Richard Rojas a la Chile Ríe y Canta de René Largo Farías. Y canté en la Chile Ríe y Canta hasta el día del golpe en que se acabó la cosa. Pero también canté en la Peña de los Parra, en la Peña de la Universidad Técnica.

Con el golpe quedó la crema. Nadie se atrevía a dar la cara, a excepción de algunos, por temor a las represalias y porque nos habían echado de todas partes. Yo trabajé durante los 3 años del gobierno popular en la secretaría nacional de cultura de la presidencia de la república, ad honorem. Yo tenía mi sueldo como profesor en la Universidad de Chile y en la Técnica de Valdivia. Para poder subsistir mis hijos y yo, inventamos con el Nano Acevedo salir a tirar la manga. Nos íbamos a los bares los días viernes al barrio Gran Avenida. Ya teníamos clientela en algunos lugares donde había gente de Madeco y Mademsa, que eran de izquierda. Llegaban a tomarse un traguito y llegábamos a cantar. Nos daban algún billetito. Andábamos también con el “Guatón” (Arturo) San Martín, quien me ayudó mucho en todo momento.

Luego sucedió otra cosa. Tenía un amigo, asesor tributario de la Zofri, que tenía un gran puesto como profesor de una universidad del norte, llamado Iván Seisdedos. Todos lo molestaban mucho, porque pensaban que “Seisdedos” era un seudónimo y era un apellido. Nosotros con él teníamos una sociedad llamada Auditas Limitada, y él tenía una casa en Lord Cochrane 548. Un día se le ocurrió a Iván armar ahí una peña. Dijimos: esta será la primera peña post golpe».  Y como la idea era que no nos agarraran presos, le llamamos El jubileo circulante, porque la haríamos un fin de semana aquí y otro fin de semana en otro lugar, y le avisaríamos al público con dos días de anticipación. La idea era que la gente llevara algo para comer, para tomar y algo de plata para los cantores, porque no tenían pega.

Esa noche -un sábado- fue muy bonita. Estuvo el “Negro” Richard (Rojas) y al día siguiente -un domingo- partimos al Mercado a rematarla. El lunes estábamos durmiendo, con la caña mala, y sentimos una cantidad de golpes de puertas y ventanas en la calle. Salí a abrir en calzoncillos, y uno de los Seisdedos detrás de mí. Era una patrulla del Regimiento Tacna. Les habían denunciado que había habido una reunión comunista el sábado, y que había gente cantando. “Nosotros no”, les dijimos nosotros. Pero ahí se acabó El jubileo circulante. Debut y despedida. No hubo más. Tiene que haber sido el 75 o 76.

-¿Y qué ocurrió después?

-Con unos amigos conseguimos un espacio y armamos una peña en el Club de Hijos de Antofagasta, en la calle Miraflores o Mac Iver, pasado Merced, donde Reinaldo Andreini era el concesionario y también estaba Hernán Sapiaín. Fue un éxito, porque para cubrirnos los hombros y no tener represalias, invitamos a diplomáticos y agregados culturales de distintas embajadas. Entonces si llegaban los pacos o los milicos a dejar la cagá, no podían hacer nada porque tenían fuero. Nosotros no, pero íbamos a ser defendidos por ellos. Quedamos en hacer peñas todas las semanas ahí, los sábados. Partimos con el Guatón San Martín al sur, pero cuando volvimos, Nano Acevedo se fue con otro grupo.  Al final yo canté muy poco en la Peña Doña Javiera del Nano.

-Sabemos que cantó en muchas peñas, en La Picá, por ejemplo, de Marisa Pastor.

-Claro, esa estaba en Blanco Encalada. Estuvo harto tiempo La Picá. Estaba Marisa con su esposo Javier Torres, el grupo La Rancha. El problema era es que había muchas cortapisas para cantar. Yo improvisaba y decía lo que quería decir. Pero cantar así era como ir con un libreto para que me revisaran y eso no iba conmigo. También canté en La Casa del Cantor, en La Fragua, que se hizo en la Casa Colorada y en el Hoyo de Arriba.

-¿Qué diferencias notaba entre las peñas pre y post golpe militar?

-Antes del golpe había por qué reclamar; después había por qué reclamar, pero muy para dentro, porque si no, ibas preso. Ahí fue cuando hicimos famosa la frase «con la metralleta en la raja, hasta quién no trabaja» (risas). Era famoso, era el lema de las peñas.

-¿Había más cuidado en las cosas que se decían en las peñas en dictadura?

-Claro. Si de algo sirvió el golpe en las peñas fue para que nos pusiéramos más poéticos. Los cantores se hicieron más recatados. Uno hacía canciones de amor, pero por dentro iba la cochiná (risas). Igual, la generación de músicos que vino nos superó musicalmente en muchas cosas. Era raro ver grupos que no habían ido al conservatorio. Yo tuve la suerte de ser becado en el conservatorio nacional de música.

-¿Ese lenguaje más poético los alejaba del mundo más popular?

-No creo porque la Nueva Canción Chilena tuvo muy buenos exponentes, y los viejos tuvieron su momento de gloria en el Canto Nuevo. Eran los mismos calzoncillos con las mismas rayas y los mismos mojones (risas). Se le cambiaba el nombre para que no aburriera.

-¿Era distinto cantar en una peña que en un teatro?

-Ir a una peña para mí era darme un gusto. Nunca se ganaba plata, sino lo justo y necesario para volver a casa. Uno tenía que trabajar para los espectáculos masivos. Viví de un par de giras que hice por Latinoamérica, Estados Unidos y Europa. Con 15 días de trabajo allá, vivía tranquilo un año en Chile. La peña era para liberarse. Uno se sentía molesto con decir cosas que no quería decir a veces. Se notaba la vigilancia.

La peña era más familiar. Yo estaba más acostumbrado a cantar con poco público y sentirlo cerca. Me tocó actuar en el Estadio Nacional para 55 mil personas y no era lo mismo. No podías llegar a cada uno de ellos como llegabas en la peña.

-¿En ese momento ya cultivaba la paya?

-Claro, pero yo me inicié cantando música en inglés con la Gloria Benavides, Nadia Milton, los hermanos Zabaleta. Éramos del mismo lote. Después apareció el Pollo Fuentes. Pero conocí el folclor y luego la paya, y me quedé ahí. Me puse a investigar, a publicar cosas en revistas, diarios.

-¿Cuál cree que fue el aporte de las peñas en dictadura?

-Sirvió para lo que la palabra misma lo indica: unión. En Centroamérica y México se llama peña a un grupo de amigos, como una roca, indisoluble. Para eso sirvió.

-¿Cómo convivían esas actuaciones con el gran movimiento de payadores de los 80?

-Estábamos en una asociación nacional de payadores (junto a Pedro Yáñez, Jorge Yáñez y Santos Rubio). Yo tenía buenos contactos. Salimos en La Tercera. Yo conocía a María Inés Sáez, a Raúl Gambetti, conocí muchos periodistas porque conocía el medio. Nos ayudaban y eso significó un despegue de la paya y el canto popular. Se nos dio mucho bombo. Salíamos todos los días en los diarios. Luego pensé que era importante promover esto hacia afuera, así que empecé a tirar los tentáculos para provincias. Hicimos giras de Arica a Punta Arenas.

-Sabemos que en la peña había un ambiente triste, acorde con la época. ¿Cómo era la reacción del público con su espectáculo que tenía más humor?

-Como yo hacía humor, me dejaban siempre para el final. Silvia Urbina no actuaba jamás después de mí, el Quelentaro tampoco, el “Lamentaro” le decíamos (risas). También estuve en la peña La Yunta, con el Poncho Venegas. Él primero pololeaba con una niña de izquierda, que le permitió codearse con este mundo, y luego conoció a María Inés Naveillán. Pero el Poncho nunca fue chueco con nosotros. Fuimos socios con el Poncho en La Yunta.

Finalmente, ¿cuál era su motivación para seguir ligado a las peñas y a la resistencia?

-El contacto con el público. Yo me fui el 82-83 a Estados Unidos, me volví a Chile, regresé a EE.UU. y seguí actuando. Luego me fui a Holanda, me quedé allá, me casé con una holandesa y de pronto me dio la hueá y dije “no canto más”. Agarré mis instrumentos y se los repartí a todos mis hijos para que tuvieran un recuerdo mío.  Quería leer, estar en la casa y trabajar más en lo computacional, que es en lo que trabajo ahora…. Antes del mes ya me había comprado una guitarra nueva. No aguanté. Me hacía falta el aplauso, el contacto con la gente.

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